Acciones directas no violentas en oposición a conflictos con expresión violenta”, dice uno de los títulos de las fotocopias colmadas de ilustraciones que la coordinadora del taller, Oriana Pinto, entrega a los asistentes. En pares, los y las jóvenes de entre 18 y 28 años las leen, responden preguntas y analizan las diferentes situaciones planteadas en el texto.
Lápiz en mano, analizan, comentan y dicen frases: “ayude, ayude, dé usted un conflicto y yo doy otro”, le dice Brayan a Maicol. Se toman este trabajo en serio. Entre los 23 asistentes a uno de los talleres de tramitación no violenta de conflictos en la Unidad de Protección Integral (UPI) de Servitá, puede haber personas en conflicto con la ley o en alto riesgo de estarlo, que habitan o ´parchan´ en los barrios más afectados por la violencia y la delincuencia de la ciudad. A esta población se dirige el programa Jóvenes en Paz, del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idiprón).
Antes de que comiencen su formación académica en primaria o bachillerato en el Escuela Pedagógica o en uno de los programas de formación técnica laboral que les ofrece el Sena en convenio con Idiprón, los y las jóvenes que ingresan a Jóvenes en Paz discuten en estos talleres introductorios temas que empiezan a confrontar su realidad.
“Por ejemplo, si en un barrio cerraron un jardín y salimos a protestar, si sale una no va ser tan fuerte como si es entre todas”, dice Ángela. “Sí, y están dando un mensaje sin afectar a la población, sin que se hagan daños, donde no vayan a ocurrir batidas contra la población”, afirma otro de los presentes.
Diversos temas surgen y las palabras salen espontáneas, desordenadas, de las mentes y las bocas de estos y estas jóvenes. “Sí, hay que dar a entender nuestro inconformismo, por ejemplo la objeción de conciencia, van a sacar una ley para que el Ejército no pueda echarlo ahí a uno entre un camión porque eso es como un secuestro….es dar a entender al poder que hacemos valer nuestros derechos, en lugar de ser violentos”, dice un asistente más.
La coordinadora del taller agrega: “se puede manifestar un inconformismo sin necesidad de ser violento, por ejemplo por medio de la música, del arte”; y un inquieto joven agrega: “como dijo Alí Aka Mind en su Rap Conciencia: el problema no es problema, no más cárceles y más universidades”.
“Otro conflicto, profe, es la drogadicción, los jóvenes que de cuánta edad empiezan a meter de todo y se pudren y echan a podrir a la sociedad y por ahí empiezan los conflictos y uno puede hasta perder la vida”, suelta alguien más.
En el siguiente salón precísamente se desarrolla un taller sobre consumo de sustancias psicoactivas (SPA). Román Acevedo, el profesor, los pone a pensar: “¿qué son redes de narcotráfico, mafias y qué efecto tienen en el país y en la sociedad?”.
Antes de escuchar las respuestas, dirige un ejercicio en el que todos terminan enredados con lana roja. “Así son las redes, terminamos enredados”, les dice y les da cifras sobre las inmensas ganancias que reciben las mafias de las sustancias psicoactivas, que crecen más y más con cada peso que alguien invierte en marihuana, perico y otras. “Noooo profe, eso es mucha plata la que le estoy dejando a esa gente”, reacciona uno de los asistentes, que genera risas entre las demás personas presentes.
Más allá, en una carpa ubicada en uno de los patios de la UPI, el profesor Henry Hernández, lidera otro taller de tramitación no violenta de conflictos. “Que siempre los conflictos sean positivos”, les dice antes de distribuir las fotocopias con una lectura en la cual tres hormigas discuten por un trozo de pan, tienen un momento de violencia y luego encuentran una solución pacífica. “¿Por qué hubo violencia?”, pregunta. “Porque no hubo diálogo, no hubo tolerancia”, responde un grupo de jóvenes. “Sí, el conflicto se transforma en violencia cuando hay una agresión –física, sexual, psicológica o de cualquier otro tipo“, dice el coordinador.
“¿Para qué te sirvió este taller?” le pregunta una tallerista a una de las asistentes: “esto sirve porque si todo lo llevo a pelear, ahí nos vamos a quedar siempre”, contesta. “Hay que ser tolerante porque a veces se forman peleas por cualquier cosa; que porque el vecino botó la basura, en fin”, agrega.
Al escucharlos, es fácil entender lo que explica Erika Ramos, coordinadora del módulo de pedagogía para la paz y la convivencia, introductorio al programa Jóvenes en Paz: “La idea es que los pelaos tengan claro los inamovibles, ciertas pautas de convivencia y que generen conciencia sobre temáticas que son problemáticas para ellos, como el acceso a sus derechos. Queremos que se sientan reflexivos sobre sus derechos pero también sus deberes y que piensen en formas de solución para esas problemáticas”.
Después de participar durante varias semanas en los talleres introductorios al programa Jóvenes en Paz -también hay sobre responsabilidad sexual, respeto por la diversidad, derechos humanos- del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idiprón), los y las jóvenes comienzan su formación tanto académica como en las prácticas de apropiación territorial y en campañas a favor de la ciudad.
En todas estas actividades utilizan seis días a la semana y cada día se comprometen a aplicar los tres principios inamovibles de su vinculación a Jóvenes en Paz: no consumo ni comercio de SPA, no armas y no violencia ni matoneo. Solo así la entidad les da cada mes el dinero que les sirve como apoyo y garantía de permanencia. Solo así pueden continuar este camino para restablecer su inclusión en la sociedad con pleno goce de sus derechos.
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