Parque Entrenubes, el mejor plan ecológico
Hacienda Los Molinos, un vestigio de la historia bogotana
Vista actual de la Hacienda Los Molinos |
Crónica ganadora en concurso del IDPAC
Para muchos, desconocida, para otros, un lugar que clama ayuda para no desaparecer, así es La Hacienda Los Molinos un fragmento del pasado que se conserva a pesar de los años y donde la historia se percibe fácilmente en sus ruinas de lo que alguna vez fue el asiento de una de las más importantes fuentes de trabajo en el sur de la capital colombiana, la fábrica de procesamiento de harina de trigo y maíz.
La historia que aún se cuenta entre los lugareños, es que, en el año 1630, en la zona en la que hoy se encuentran ubicados los barrios Bochica, Marruecos, Diana Turbay, San Agustín, Palermo y Los Molinos, entre otros, correspondía a esta hacienda con una extensión de unas 500 fanegadas la cual producía la mayor cantidad de harina para las panaderías bogotanas de aquella época.
Lo que algunos no conocen es que este lugar también tenía una connotación religiosa, pues aquí funcionó un claustro que pertenecía a la Compañía de Jesús, o mejor conocida como los Jesuitas hasta 1667, fueron ellos los que importaron de Europa las grandes piedras con las fueron construidos los molinos para procesar el trigo de la región.
También se puede apreciar como testigo mudo de aquella época, las ruinas de una vieja capilla –construida en el siglo XIX– donde aparece una placa en la que se puede leer, “Esta Capilla fue bendecida y consagrada a Nuestra Señora del Carmen el día 29 de enero de 1950, año santo por Monseñor Luis Pérez Hernández, Obispo auxiliar de Bogotá siendo su capellán R.P. Estanislao Carvajal Arbeláez”.
Más tarde el predio sería expropiado a los Jesuitas por mandato del rey Carlos III de España, fue así como la casona quedó abandonada por más de 80 años, tras un remate, fue comprada por Lucia Pardo, esposa del Marqués de San Jorge, y así continuó de generación en generación en la familia Pardo Morales.
Ya para el siglo XX la aristocrática y adinerada familia Morales Gómez, la convirtió en su lugar de vivienda y levantó otras construcciones, de las cuales aún quedan vestigios de su infraestructura de estilo colonial y aire granadino, como impronta de la conquista española de aquellas épocas imborrables, incluso la capilla la conservaron en buenas condiciones, pues fue allí donde se casó doña María Eugenia Rojas Correa de Moreno Díaz, la hija del Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, recordado por asumir el poder en Colombia por medio de un golpe de estado.
La historia permanece en lo poco que queda de aquella hacienda, la vieja casona y un pequeño terreno fue donado como patrimonio histórico para ciudad por parte de sus últimos dueños, recórrela es volver al pasado, aún se aprecia su arquitectura colonial, ventanales y puertas de madera, tejas de barro, pisos en piedra y madera, jardines interiores, y justo antes de bajar al sótano, encontramos un trofeo pegado en la pared.
“Es la cabeza de un toro que compró el patrón a finales de la década del 40”, nos cuenta Germán, uno de los cuidanderos de la casa, pues es ni más, ni menos, el animal que sacrificó el torero español Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, alias ‘Manolete’, en la plaza de toros La Santa María de Bogotá y quien muriera poco tiempo después a causa de una cornada propinada por el toro Islero, el 28 de agosto de 1947 en España.
“La cabeza la han tratado de robar varias veces, en la última nos percatamos porque los ladrones entraron por el tejado e hicieron mucho ruido para sacarla, corrimos tras ellos y la dejaron en un potrero cercano y huyeron”, agregó Germán.
Así a ocurrido con la mayoría de las cosas que había en aquella casona, los cuadros, algunos muebles, las vajillas y artículos decorativos han sido hurtados por delincuentes comunes que rondan el lugar, especialmente en horas nocturnas, nos contaron los vecinos de la zona.
Pero quizás lo más representativo de la hacienda, que los ladrones no se han podido llevar, son sus molinos elaborados en piedra que fueron traídos del exterior por sus primeros dueños religiosos, en ellos se molía maíz y trigo los dos principales productos que se cultivaban en la hacienda, en especial se preparaba pan integral para comunidades religiosas de lo que se conocía como el Nuevo Reino de Granada.
Las ruedas eran movidas por las aguas de la quebrada La Chiguaza, cuyo torrente era más caudaloso que el actual, tenía la suficiente fuerza para girarlas y permitir la producción de harina, que luego era vendida o procesada para la elaboración de los productos.
Sin embargo, la hacienda también se conoció por la producción de ladrillos, elaborados con la greda que abunda en esta zona, la familia Morales se dio cuenta que el negocio estaba en arrendar pequeños terrenos para explotación y así se crearon los primeros chircales o sitios donde se elaboraba el ladrillo de forma artesanal, “en estos chircales se elaboró el ladrillo con el que se construyó La Plaza de Bolívar y el Capitolio Nacional”, relató Luis, quien lleva trabajado más de 40 años en uno de los pocos chircales que aún se ven en el barrio Molinos.
La sensación que despierta este recorrido histórico se puede describir desde dos perspectivas, una de admiración y curiosidad por saber cómo era la vida bogotana de hace más 400 años, la otra es una sensación de tristeza e impotencia al ver esta construcción de tanta historia, caer lenta e inexorable, pedazo a pedazo, como si tratara con su ruido de llamar la atención, pidiendo ayuda y clamando para no morir en el olvido.
Algunos, como Roberto Acuña Gómez, residente en el barrio Los Molinos, han buscado formas de ayudar, por lo menos generando sensibilización entre los habitantes y curiosos que visitan el lugar, la forma de elevar su voz de protesta ha sido a través de sus habilidades artísticas como la pintura, el tallado en madera y el moldeado en arcilla, el cual lleva practicando por más de 30 años en la Localidad 18 Rafael Uribe Uribe.
Con su habilidad artística ha explorado la riqueza patrimonial de la localidad a través de diversos bocetos, de lugares como el Hospital San Carlos, la Iglesia del barrio El Claret, la Universidad Antonio Nariño, La Calle del Tango en el barrio Marco Fidel Suárez, la plaza de toros de Santa Lucía, el mirador del Diana Turbay y por supuesto La Hacienda Los Molinos.
“Son cerca de mil dibujos los que he realizado, incluso algunos de ellos me los publicaron en una cartilla creada por la Casa de la Cultura de la alcaldía Rafael Uribe Uribe, allí aparecen 47 de mis obras más representativas de la historia de la localidad, y lo hago como una forma de crear conciencia entre todos los capitalinos, porque aquí hay una enorme riqueza histórica que nos debe importar a todos”, manifestó Roberto.
De la hacienda a pintado la casona, los molinos de piedra, la capilla, los jardines internos y externos, entre otros lugares, como la quebrada y sus árboles, que poco a poco van desapareciendo por la gran contaminación de las aguas y la polución del ambiente.
Los habitantes de Rafael Uribe Uribe anhelamos la recuperación de este lugar histórico que guarda los vestigios de una época importante para la ciudad, son al parecer los trámites jurídicos los que han impedido la intervención de este monumento, pero valga decir que su recuperación arquitectónica permitiría a los bogotanos no olvidar el pasado que ayudó a construir el presente.
La historia que aún se cuenta entre los lugareños, es que, en el año 1630, en la zona en la que hoy se encuentran ubicados los barrios Bochica, Marruecos, Diana Turbay, San Agustín, Palermo y Los Molinos, entre otros, correspondía a esta hacienda con una extensión de unas 500 fanegadas la cual producía la mayor cantidad de harina para las panaderías bogotanas de aquella época.
Lo que algunos no conocen es que este lugar también tenía una connotación religiosa, pues aquí funcionó un claustro que pertenecía a la Compañía de Jesús, o mejor conocida como los Jesuitas hasta 1667, fueron ellos los que importaron de Europa las grandes piedras con las fueron construidos los molinos para procesar el trigo de la región.
También se puede apreciar como testigo mudo de aquella época, las ruinas de una vieja capilla –construida en el siglo XIX– donde aparece una placa en la que se puede leer, “Esta Capilla fue bendecida y consagrada a Nuestra Señora del Carmen el día 29 de enero de 1950, año santo por Monseñor Luis Pérez Hernández, Obispo auxiliar de Bogotá siendo su capellán R.P. Estanislao Carvajal Arbeláez”.
Más tarde el predio sería expropiado a los Jesuitas por mandato del rey Carlos III de España, fue así como la casona quedó abandonada por más de 80 años, tras un remate, fue comprada por Lucia Pardo, esposa del Marqués de San Jorge, y así continuó de generación en generación en la familia Pardo Morales.
Capilla construida por Los Jesuítas |
La historia permanece en lo poco que queda de aquella hacienda, la vieja casona y un pequeño terreno fue donado como patrimonio histórico para ciudad por parte de sus últimos dueños, recórrela es volver al pasado, aún se aprecia su arquitectura colonial, ventanales y puertas de madera, tejas de barro, pisos en piedra y madera, jardines interiores, y justo antes de bajar al sótano, encontramos un trofeo pegado en la pared.
“Es la cabeza de un toro que compró el patrón a finales de la década del 40”, nos cuenta Germán, uno de los cuidanderos de la casa, pues es ni más, ni menos, el animal que sacrificó el torero español Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, alias ‘Manolete’, en la plaza de toros La Santa María de Bogotá y quien muriera poco tiempo después a causa de una cornada propinada por el toro Islero, el 28 de agosto de 1947 en España.
Patio interior de la Casona |
Así a ocurrido con la mayoría de las cosas que había en aquella casona, los cuadros, algunos muebles, las vajillas y artículos decorativos han sido hurtados por delincuentes comunes que rondan el lugar, especialmente en horas nocturnas, nos contaron los vecinos de la zona.
Pero quizás lo más representativo de la hacienda, que los ladrones no se han podido llevar, son sus molinos elaborados en piedra que fueron traídos del exterior por sus primeros dueños religiosos, en ellos se molía maíz y trigo los dos principales productos que se cultivaban en la hacienda, en especial se preparaba pan integral para comunidades religiosas de lo que se conocía como el Nuevo Reino de Granada.
Las ruedas eran movidas por las aguas de la quebrada La Chiguaza, cuyo torrente era más caudaloso que el actual, tenía la suficiente fuerza para girarlas y permitir la producción de harina, que luego era vendida o procesada para la elaboración de los productos.
Sin embargo, la hacienda también se conoció por la producción de ladrillos, elaborados con la greda que abunda en esta zona, la familia Morales se dio cuenta que el negocio estaba en arrendar pequeños terrenos para explotación y así se crearon los primeros chircales o sitios donde se elaboraba el ladrillo de forma artesanal, “en estos chircales se elaboró el ladrillo con el que se construyó La Plaza de Bolívar y el Capitolio Nacional”, relató Luis, quien lleva trabajado más de 40 años en uno de los pocos chircales que aún se ven en el barrio Molinos.
Rescate de la historia a través del arte
La sensación que despierta este recorrido histórico se puede describir desde dos perspectivas, una de admiración y curiosidad por saber cómo era la vida bogotana de hace más 400 años, la otra es una sensación de tristeza e impotencia al ver esta construcción de tanta historia, caer lenta e inexorable, pedazo a pedazo, como si tratara con su ruido de llamar la atención, pidiendo ayuda y clamando para no morir en el olvido.
Algunos, como Roberto Acuña Gómez, residente en el barrio Los Molinos, han buscado formas de ayudar, por lo menos generando sensibilización entre los habitantes y curiosos que visitan el lugar, la forma de elevar su voz de protesta ha sido a través de sus habilidades artísticas como la pintura, el tallado en madera y el moldeado en arcilla, el cual lleva practicando por más de 30 años en la Localidad 18 Rafael Uribe Uribe.
Con su habilidad artística ha explorado la riqueza patrimonial de la localidad a través de diversos bocetos, de lugares como el Hospital San Carlos, la Iglesia del barrio El Claret, la Universidad Antonio Nariño, La Calle del Tango en el barrio Marco Fidel Suárez, la plaza de toros de Santa Lucía, el mirador del Diana Turbay y por supuesto La Hacienda Los Molinos.
Roberto exhibe una de sus pinturas de la localidad |
De la hacienda a pintado la casona, los molinos de piedra, la capilla, los jardines internos y externos, entre otros lugares, como la quebrada y sus árboles, que poco a poco van desapareciendo por la gran contaminación de las aguas y la polución del ambiente.
Los habitantes de Rafael Uribe Uribe anhelamos la recuperación de este lugar histórico que guarda los vestigios de una época importante para la ciudad, son al parecer los trámites jurídicos los que han impedido la intervención de este monumento, pero valga decir que su recuperación arquitectónica permitiría a los bogotanos no olvidar el pasado que ayudó a construir el presente.
exelente articulo justo lo que necesitaba para un trabajo de la universidad.
ResponderBorrarsaludos