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miércoles, 8 de marzo de 2017

“Aprender a vivir con el pasado es nuestro gran reto”

Leila Cangrejo, ejemplo de esperanza para las mujeres víctimas de la violencia; aquí posa al lado de su madre, miembro de la Etnia Pijao.

Hoy es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y en homenaje a ellas presentamos la historia de una de nuestras heroínas que ha sabido sortear el día día como víctima de la violencia y del desplazamiento, en el contexto de un país que quiere construir su futuro de forma distinta después de más de diez lustros marcados por la guerra.

Encontrar historias enmarcadas en el conflicto que ha vivido nuestro país por más de 50 años no es difícil, pues según datos de la Unidad de Víctimas en Colombia, la cuenta supera los ocho millones de personas que han afrontado este sino trágico de la violencia, el abuso, el maltrato, el desplazamiento, que nos marcó con una huella imborrable.


“Mis padres se desplazaron desde el departamento del Meta hacia Bogotá en 1986 a causa de la violencia que azotaba esta zona del país y que los obligó a salir para proteger la integridad de la familia, es la primera vez que tuvimos que hacerlo; apenas si lo recuerdo debido a mi corta edad”, relata Leila Yassmín Cangrejo, una mujer de 34 años de tez morena y mirada dulce que cuando habla lo hace con propiedad y firmeza.

El desplazamiento del que fue objeto esta familia en la década de los 80, es uno de los casos documentados que hacen parte de los 6.9 millones que se han reconocido desde 1985 hasta 2015 en el país, de acuerdo al Registro Único de Víctimas del Estado colombiano y que dio a conocer un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

En muchas ocasiones, los fenómenos de desplazamiento se replican en los lugares a donde llegan los damnificados, fue el caso de Leila, quien vivió su adolescencia en las laderas de una zona conocida como Altos de Cazucá, un territorio ubicado al sur de Bogotá que pertenece a la localidad 19 Ciudad Bolívar y que comparte su territorio con el municipio de Soacha.

“Era un ambiente hostil para vivir, pero uno se acostumbra a su entorno, había muchos jóvenes involucrados en la milicias urbanas, en fenómenos de sicariato, fronteras invisibles, paramilitarismo, microtráfico; todo eso se convertía en algo común para los que habíamos crecido en este ambiente”, recuerda Leila, mientras describe la situación que la llevaría a desplazarse de esta zona de la ciudad capital.

En Altos de Cazucá se calcula que viven cerca de 20 mil víctimas de la violencia, el progreso en estas zonas camina a paso de tortuga, no hay calles pavimentadas, más bien parecen trochas donde en temporada de verano se levanta una nube de polvo al paso de los vehículos, mientras que en invierno se forma un gran lodazal y riachuelos que se confunden con las aguas negras, pues allí no hay ni alcantarillado, ni acueducto, tampoco viviendas dignas, muchas de ellas son pequeños ranchos construidos con cartones, tejas de zinc, lonas o telas asfálticas. El panorama no ha cambiado mucho, comparado con el tiempo en que vivió Leila y su familia, hace ya cerca de 20 años.

El segundo desplazamiento de nuestra protagonista empezó a gestarse cuando recibió una invitación para participar de una actividad recreo-deportiva dirigida al grupo de jóvenes con el que se asociaba, “la idea era ir una excursión, por aquella época habíamos formado un grupo de muchachos interesados en el deporte y la cultura, por eso la invitación de hacer un paseo era bastante atractiva”.

Este grupo de jóvenes marcaron la diferencia en Ciudad Bolívar, todos con un sueño: hacer la paz en medio de guerra.

Sin embargo las cosas no eran lo que parecía, “convocamos a más de 40 jóvenes de distintas edades, salimos de Bogotá en un bus hacia el municipio de la Vega, a tan solo una hora de donde nos encontrábamos, pero de manera extraña la ruta fue cambiada y resultamos en una carretera que conducía a Cabrera, otro municipio de Cundinamarca caracterizado por ser zona guerrillera, hicimos transbordo a una Chiva (bus escalera), y luego nos condujeron por una trocha, nadie se imaginaba que esta invitación había sido organizada por la guerrilla y que la intención era reclutarnos”. 

Esta era una estrategia muy común de los subversivos para reclutar jóvenes en las zonas deprimidas de las grandes ciudades, captaban su curiosidad a través de invitaciones donde los familiarizaban con sus ideologías políticas y de paso los involucraban en el manejo de armas.

“En ese viaje nos regalaron cigarrillos, cerveza, comida toda la que queríamos y nos trataban con amabilidad, muchos se sentían atraídos por este estilo de vida, en aquel viaje dos muchachos decidieron quedarse y a los que no quisimos, nos dejaron salir con la condición de ser sus informantes en los barrios donde vivíamos”.

La idea de involucrarse con los grupos alzados en armas no estaba en los planes de Leila, su visión de liderazgo estaba encaminada en la defensa de los derechos humanos, al lado de aproximadamente 20 jóvenes de Altos de Cazucá, los cuales empezaron a fomentar su ideología y trabajo comunitario con los habitantes del sector; esa causa social sería su talón de Aquiles para su segundo desplazamiento.

“Nuestro trabajo lo realizábamos en el día, a las seis de tarde ya nadie salía, el peligro era inminente, las balaceras, los ajusticiamientos entre bandas de fronteras invisibles, entre paramilitares y guerrilleros, era el común denominador, alguna vez salí a comprar algo en la tienda y me tocó presenciar una masacre de unos muchachos que se encontraban en ese momento en el lugar, fue una experiencia imborrable”, señala Leila, mientras su enjuga el llanto de sus ojos; hay un recuerdo que le produce aún más tristeza. 

“Mi defensa por los derechos humanos no era bien vista por los grupos de la zona, pronto nos llegaron las amenazas, tanto a mi hermana menor como a mí, alguna vez atacaron mi casa con disparos y pocos días después vendría el terrible asesinato de mi hermano, él nunca se involucró en nada, pero murió a manos de los paramilitares, recuerdo que dejaron una nota, ‘eso le pasó por sapo’, en retaliación por nuestra obra social; el dolor y la amargura que dejó esta tragedia es lo más difícil que nos ha tocado vivir como familia”. 

Esta defensora de los derechos humanos, huyó de la zona donde pasó la mayor parte de su juventud, era la segunda vez que huían de la violencia, aquella que en una noche cualquiera le arrebatará a su hermano y, que además, creó un brecha con su familia quien la señaló como la causante de aquella tragedia, “usted es la culpable de la muerte de su hermano, por andar luchando por sus tales derechos humanos”, le decían.

Han pasado los años, pero no su dolor, el llanto aflora con sus recuerdos al relatar aquel momento trágico, quizá dejando constancia que para dejar atrás pasado, se necesita algo más que el tiempo, debe haber ayuda profesional y acompañamiento, aquella que afortunadamente ha encontrado al lado de otras mujeres víctimas de la violencia. Pero antes de contarles la nueva vida de Leila, hay una faceta de su vida que incidió poderosamente para que hoy continúe con el liderazgo comunitario.

AUSTRIA, UN VIAJE CON GRATOS RECUERDOS 

Yassmin al lado del Embajador y su esposa en Viena (Austria)

El trabajo de liderazgo que realizaba Leila con sus vecinos jóvenes de Altos de Cazucá, le permitió conocer varias delegaciones internacionales que hacían trabajo social con la comunidad, entre ellas la Embajada de Austria, la cual invitó a tres de ellos a recibir capacitación en derechos humanos en la ciudad de Viena, el viaje que duró 20 días, reafirmó su deseo de trabajar con la comunidad y de continuar su labor social, solo que esta vez sería como empezar de nuevo, debido a su desplazamiento.

Con 16 años de edad, Yasmin recuerda el viaje que realizó a Austria
“El viaje a Austria me dio un nuevo aire para iniciar mi vida con mi familia en otro lugar, alejada de las personas que querían hacernos daño, aprendiendo a realizar otras cosas, en otro entorno, y aunque reconozco que no fue fácil, la vida sigue y hay que recibirla como un regalo de Dios”, manifiesta Leila, con su voz llena de esperanza, esa que nunca ha perdido a pesar de su experiencia. 

Las cifras que maneja la Unidad de Víctimas señala que hay 12 crímenes que son los más comunes en las denuncias, donde aparece en primer lugar el desplazamiento forzado, seguido por el homicidio, los afectados por minas antipersonal, el secuestro, la tortura, el reclutamiento de menores, el despojo de tierras, la agresión sexual, las amenazas y atentados, la desaparición forzada y el hurto de bienes.

Son cerca de 600 mil las víctimas reparadas por el actual gobierno y, aunque se han usado recursos superiores al billón de pesos, el reto presupuestal para las próximas décadas podría estar sobre los 50 billones de pesos.

En el municipio de Soacha (Cundinamarca), el Estado ha hecho importantes inversiones enfocadas en población vulnerable, que incluye víctimas de la violencia, desplazados, desmovilizados, entre otros, es el caso del proyecto urbanístico Torrentes, compuesto por cuatro unidades residenciales que albergan a mil familias aproximadamente.

“Aunque los apartamentos son pequeños, para muchos de nosotros son una bendición, yo me desplacé desde el departamento del Huila hace nueve años, tras el asesinato de mi hijo, de mi padre y de mi cuñada, me vine para Bogotá a donde un familiar que vivía en Altos de Cazucá, me dijo que armara un cambuche (casa de cartón y madera) y allí estuve cinco años”, comentó Luz (nombre cambiado por petición de la entrevistada).

Historias inimaginables se tejen entre los habitantes de Torrentes, son el común denominador de las aproximadamente 6.000 personas que residen en este lugar, los apartamentos, de apenas unos 42 metros cuadrados, albergan familias tan numerosas como la de Fabiola*, “mi familia es de 15 miembros, no tenemos muebles por el espacio reducido, pero allí nos acomodamos, es mejor de lo que teníamos antes viviendo prácticamente a la intemperie”.

Para conocer un poco más de la historia de nuestra protagonista, nos desplazamos hasta la comuna uno –denominada Compartir– que hace parte de las seis en que se divide el municipio de Soacha, allí vive Leila desde hace un poco más de tres años con su esposo y sus dos hijos, ellos fueron beneficiados con un apartamento en la Unidad Residencial Torrentes.

Leila es muy conocida en su comunidad, ella lidera un grupo de mujeres con características especiales, todas víctimas de violencia sexual y objeto de toda clase vejámenes, agresiones y violaciones hasta en presencia de sus hijos, es el legado que les ha dejado el conflicto, es la cicatriz que tratan de borrar para seguir con su vida, algunas hablan sin temor y con naturalidad de su experiencia, generalmente son las han recibido terapia psicosocial, para otras, su pasado les pesa mucho, aún les cuesta sacar de adentro ese dolor.

“La meta es capacitarnos en algo que nos permita ser productivas, algunas saben corte y confección, otras son artesanas, algunas han colocado sus propias tiendas en el lugar donde viven, aquí no es raro encontrar una tienda en el quinto piso por ejemplo, yo tengo un café internet en mi apartamento”, comenta Leila. 


Estas valerosas mujeres se han asociado en cooperativas o fundaciones para ser escuchadas y solicitar la ayuda, el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena) es una de las instituciones que ha iniciado la caracterización para capacitarlas en cursos como Atención Integral a la Primera Infancia, Patronaje, Confección y Sistemas, entre otros, de acuerdo a necesidades y preferencias.

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“Aprender a vivir con el pasado es nuestro gran reto”, dice Leila con tono valeroso, ese mismo que le ha ayudado para motivar a sus vecinas, en las cuales ha encontrado apoyo y un aprendizaje para seguir con su labor social, “Luz Estela por ejemplo ha sido mi fuente de apoyo y mi guía en esta comunidad, ella es una líder que siempre piensa en el bienestar de todos y gracias a este trabajo conjunto hemos logrado traer una nueva oportunidad de vida para estas mujeres que ven el futuro con optimismo”, agregó.


Desde septiembre de 2016, se dispuso para el servicio a la comunidad un nuevo centro de atención para población víctima en el municipio de Soacha (Unidad de Víctimas Calle 38 #19-20 Este, Barrio Terreros), allí los usuarios podrán encontrar información sobre: atención humanitaria o ayuda humanitaria, información del estado de valoración, orientación y remisión para la exención del servicio militar, atención y orientación en servicios de la unidad, aplicación del plan de atención, asistencia y reparación, recepción de peticiones, quejas y reclamos, entre otros servicios.


Por: Julio Rozo 



*Nota: algunos nombres han sido cambiados por petición expresa de sus protagonistas.




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